Leo decide abandonar el parque como un perro humillado, apaleado por la incertidumbre y la quemazón del desplante de Piluca. Abandonado en medio de un parque que desconoce, bajo las olas de los árboles que silban al viento enfurecido, Leo hunde sus manos en los bolsillos del abrigo y avanza con dirección a ninguna parte. Como si le hubieran dado un GPS cochambroso, vaguea sin rumbo por las calles de Móstoles, atormentado por el desplante tan incierto de la mujer bantú con sentido de humor peculiar.
Mientras su mente aún baila al ritmo de Piluca, levanta la vista del asfalto atraídos por el sonido de un vehículo que se identifica como taxi por los suaves chisporroteos de sus luces. Alza enseguida la mano para llamar la atención del taxista que se detiene al instante. Él entra, aliviado por los ronquidos del viento en su cara.
— ¡Calle Monegros 46, por favor!
— ¿El de Madrid?
— Getafe…el de Getafe.
— ¡A la orden caballero!
El taxista, mientras tararea una canción que le pone de muy buen humor, selecciona la dirección y posteriormente se incorpora al escaso tráfico de Móstoles. Varias rotondas después, el coche abandona la zona de Móstoles, rodea Fuenlabrada y entra en Getafe que parece estar más viva que los otros municipios. Serpentean sus calles en silencio hasta llegar a Monegros 46, en una zona residencial y aislada de Getafe. El paseo le ha salido caro; veintisiete con cuarenta y ocho cucas que él paga sin preocupación aparente.
Se apea y busca el portal de su edificio. El hall de entrada ha sido recién aromatizado por algún desalmado que ha subido fumándose un porro. El ascensor se para en el último piso, en el ático. La casa de Leo sigue igual que en el momento que la abandonó con sus amigos: la tele encendida, proyectaba una escena de Call of Dutty. En la mesa, varios mandos de la Playstation, vasos medio llenos de Whisky, varias latas de cerveza, varios ceniceros con cientos de colillas intentando escapar de ellos, una cubitera de hielo que se ha convertido en recipiente de agua y la canción de Cant get enough de J. Cole y Trey Songz rebotando en las paredes insonorizadas de su ático.
Leo camina hacia su cuarto aliviado por la temperatura cálida que desprenden sus pasillos. Temperatura que lo empuja a desnudarse sentado en la cama. Sustituye las ropas de calle con un pantalón pijama de Godzila y una camiseta Chop di waka que le ha regalado recientemente uno de sus amigos guineanos.
Vuelve al salón intentando que su mente deje de divagar en lo que habría sido y no ha sido con la muchacha bantú. Su mente le sugiere recoger un poco el salón, pero prefiere sentarse a jugar a la consola, por eso sonríe y se frota las manos. Lamentablemente hoy es torpe, y por eso recibe balazos de todas partes. Ha dejado de ser “el comando” como lo habían bautizado en su grupo de adictos al Call of Dutty. Lo llamaron así para venerar una de las películas más letales de Schwarzenegger. A Leo le entra la risa cuando trata de pronunciar el nombre del ex gobernador de California.
El desplante de Piluca brinca en su cabeza, mientras intenta concentrarse en el juego online. Los más viciosos de su foro de juego, le reprochan una y otra vez hasta que decide dejar los mandos en la mesa y levantarse acalorado, para dirigirse al exterior del ático. El viento hiela su cuerpo caliente, enfriándolo y aliviándolo del calor al que estaba sometido en su salón. Getafe luce espléndida en una noche que mancha con sus luces. Luces de farolas, de sus edificios y de los coches con insomnio que deambulan sin rumbo por sus calles.
Se detiene en el amplísimo ático de su casa, desde donde observa las lejanas luces de Madrid, en silencio, pensativo, esporádicamente sonriente…. Es el observador. Varias ideas flashean su cabeza, lo invitan a peregrinar todos los días a la estación de Móstoles Central, con la vaga convicción de volver a ver a la chica que lo había dejado de pie en un parque de Móstoles.
Leo es un hombre, pero con recursos. El frío parece darle una idea que podría terminar con esta distracción rara que lo atormenta. Vuelve a entrar a casa, sintiendo su cuerpo secarse de una humedad que no sintió. Recorre el salón, con rapidez, hasta llegar a la habitación. Hurga en sus pantalones y desentierra su móvil de ellos. Busca en el listín telefónico hasta encontrar a Rosbel, marca, espera y despega los labios para saludar a la receptora.
— ¡Hola! — saluda escuetamente.
— ¡Hola!
La receptora parece hablar desde algún lugar con música chill out.
— ¡Fritanga!
— Con extra de mayonesa. — ella responde sonriente.
Él cuelga complacido, sonríe y vuelve a la habitación. Del fondo del cajón de su mesilla de noche, extrae varios condones que esparce por la cama. Vuelve al salón, abre la nevera y saca de ella una botella de Richebourg. La descorcha, huele el corcho y vuelve a sonreír. El Leo taciturno de antes, ha muerto decapitado por la sonrisa de la chica que le ha hablado por teléfono. Saca dos vasos y se sirve uno. Bebe de un trago lo servido y lo rellena de nuevo. Recoge corriendo la mesa, busca el ambientador y dispara potentes chorros por todo el salón. Cambia el agua de la cubitera por hielo picado y en ellos, hunde la botella de Richebourg. Cuando se sirve otro vaso de vino, llaman a la puerta. Él sonríe y se frota las manos mientras corre a abrir a su visitante nocturna.
Rosbel está para mojar sin galleta. Lleva un vestido rojo que centellea y resalta el rojo de sus labios y sus facciones latinoamericanas. Ella lo mira sonriente y haciendo mohines con sus ojos y sus labios. Él parece sorprendido pero no dice nada, la mira también sonriente, hasta que despega sus labios para invitarla a entrar.
— ¡Adelante Latinaloca23!
Ella sonríe y avanza con elegancia, como si la situación la excitase. Su fragancia al pasar, hace que Leo sonría y niegue con la cabeza. Ella, de pies ligeramente arqueados, se pasea por el salón observando minuciosamente cada detalle. Vuelve a sonreír.
— Que me guste chatear con ese nickname, no me convierte en una latina loca. Las colombianas somos fogosas de por sí, por eso estoy aquí, ¿no?
El sonríe y se acerca a la mesa de la cocina, coge un vaso de vino y se lo ofrece. Ella niega con la cabeza y luego le espeta.
— Ya no tengo quince años Leonardito. Si estoy aquí… — mira su reloj de oro y rubíes, — a las dos y pico de la madrugada, es por una única razón, ¿me equivoco? — Leo vuelve sonreír mientras se bebe el vino que ha servido a Rosbel —… quieres chingar conmigo cabrón. No tienes miedo de tus huesos, ¿verdad? dejémonos de sentimentalismos y de que intentes doblar mi voluntad con un vino.
Leo abre la boca para hablar, pero sonríe de nuevo y opta por callarse. Él está al lado de la mesa del bar y ella en el centro del salón, ambos mirándose sin decirse nada hasta que Rosbel rompe el silencio para preguntarle.
— Y bien, ¿follamos o vas a estar ahí escondido toda la noche?
Sin dejar de mirarlo directamente a los ojos, Rosbel se baja el vestido centelleante, dejando al descubierto un conjunto, también en rojo, de sujetador con relleno y tanga extrafino. Mira desafiante a Leo y se dirige a la habitación. Éste, ahora serio, vuelve a beber del vaso de vino y, posteriormente, persigue la fragancia que ha dejado Rosbel hasta su habitación.
Ella está en la cama, desnuda, esperándolo en silencio. Leo aprieta los dientes y, en el silencio de la noche, la toma dos veces. A veces con demasiado ímpetu, aspecto que hace a Rosbel quejarse reiteradas veces y a alejarlo de su cuerpo.
Rosbel necesita un respiro y decide irse al baño para darse una ducha caliente. El cuarto de baño de Leo tiene un equipo de música pequeño que Rosbel decide encender mientras llena la bañera para introducirse en ella. El equipo está conectado a una USB de 16GB de solo música en modo aleatorio. De los pequeños altavoces comienza a salir la voz singular de Nelly Furtado en uno de sus temas más clásicos, turn off the light. A Rosbel no parece gustarle su voz, así que de uno de los estantes, saca el mando del aparato y comienza a buscar la canción que la mueva el piso. Conoce muy bien la casa de Leo. Se detiene en una pista de bachata que la empuja a bailar desenfrenadamente. Prince Royce y su darte un beso inundan el baño con una melodiosa canción que levanta a Leo de la cama. Rosbel no se da cuenta que Leo la observa apoyado en el marco de la puerta, sonriente, desnudo, con los brazos entrelazados sobre el pecho y siguiendo sus pasos con la cabeza. Ella lo ve, pero no se detiene. Él se acerca a ella, la ofrece su mano y comienzan a bailar elegantemente. Un chico español moviéndose como un latino de pura cepa. Sonríen, se miran, bailan, se divierten y hasta se besan apasionadamente en las roturas melódicas…Leo hace malabares de latinoamericano con Rosbel que se divierte como una niña, asistida por recuerdos de su adolescencia con el chico que la trae y la lleva por todo el baño.
La canción se termina en una aparatosa risa de los dos. Rosbel se acerca a él hasta sentir la obstrucción producida por su erección. Vuelven a sonreír. Al instante, comienza una nueva canción, perfecta para que Leo tome de nuevo a Rosbel. Me agarra só no uhm de Landrick, despierta todas las sensaciones de Rosbel que clama ser poseída por Leo. A éste, en cambio, le estremece la canción porque de repente, sin apenas darse cuenta, le ha recordado a Piluca. Tal vez, por la música Kizomba que escupen los altavoces que le recuerdan al momento de risas con Piluca. Momento en el que hablaron de la fusión del Kung Fú y el Kizomba en una única disciplina.
Rosbel se acerca mucho más a él, pero al Leo que se encuentra, es uno desmotivado, con su erección desaparecida y de mirada taciturna. Mirada atribuida a varios golpes en la cabeza que lo dejaron un poco para ya. Rosbel lo anima, pero él parece ido, abstraído, en algún lugar de Móstoles persiguiendo la sonrisa de Piluca. Ella, cansada de llamar su atención, se despega de él, provocando que le vuelva la sangre a la cara.
—¿Qué demonios ha sido eso? — Le cuestiona furiosa.
— Pe…perdona. Se me vino algo a la cabeza y…perdón.
— ¿Mi padre?
Leo parece sorprendido y la mira con el gesto torcido.
— ¿Tu padre? ¿Po…porqué iba a estar pensando ahora en tu padre?
— ¿Entonces eres el único que no sabe que sale el miércoles?
Leo tiene la cara blanca, los músculos contraídos y el miembro viril a punto de esconderse totalmente en su capullo. Recula varios pasos hasta encontrar la pared que lo sostiene de un posible desmayo.
— Ahora, entiendo porqué me has llamado. Creo que debería irme.
Rosbel detiene la música y sale del cuarto de baño, dejando a Leo en estado anímico comatoso. Se viste y se larga sin añadir ninguna palabra más.
Pasados varios minutos desde el portazo de Rosbel, Leo recobra la cordura que ha perdido por doble partida. Vuelve a la habitación y se dirige apresurado al vestidor. Elige unos pantalones caquis negros, camisa fucsia y corbata negra. Descuelga una americana negra y se acerca a la parte de los zapatos. Elige unas Jordans negras. Debajo del último estante de zapatos, extrae una caja metálica y de ella saca varios billetes de euros y dólares, dos pasaportes, una pistola que hace que le tiemble la mano y un teléfono móvil con la batería y la tarjeta sim sueltos. Guarda de nuevo la caja, apaga las luces y la música del salón y sale de casa nervioso, sudando, con la mente despedazada en cientos de fragmentos inconexos. No puede pensar con claridad, no puede creerse que su mentor estará pronto gozando de la libertad que le arrebataron hacía dos años. Pensó que estaría más tiempo, pero con Nelson uno se puede esperar cualquier cosa.
Nelson fue quien le introdujo en el negocio de la droga. Fue él quien lo mandó a los dieciocho años a Colombia a por un alijo de cocaína que Leo tragó para pasar los escáneres de la policía fronteriza. Fue él quien lo encontró vagando por las calles de Madrid, sin rumbo, andrajoso, sin dinero y con la moral por los suelos. Fue él quien le dio un hogar y lo convirtió en uno de los jóvenes con más talento para los negocios de este tipo. Fue él quien lo sorprendió en la cama con Rosbel, cuando ésta apenas tenía quince años. Fue él quien ordenó la paliza que lo dejó en coma durante varios meses. Fue él quien lo persuadió que no lo delatara a la policía, ofreciéndole un porcentaje de su mercancía. Fue él quien lo enseñó a no llamar mucho la atención, a gozar de otras mujeres lejanas de su familia, a no ir a lo fácil y comprar un coche para no llamar la atención. Fue él quien lo enseñó a mover su mierda desde la sombra, desde el silencio, desde lo escondido, utilizando varios intermediarios. Fue él, Nelson, quien le pidió que cuidara de Rosbel en su ausencia, pero sin contacto físico, a menos que quisiese repetir más profundamente la experiencia del hospital. Nelson estaría libre en poquísimas horas, y Leo tenía mucho que arreglar en ese tiempo.
Mientras espera el ascensor, llama a la compañía de taxis que le prometen un servicio en menos de cinco minutos. Él sale a la calle, aún nervioso, mirando a todas partes, recordándose en que parte de los pantalones lleva la pistola. Sabe que la policía o la guardia civil, a penas ponen pegas a los taxistas y a sus clientes, salvo que uno de ellos ande alcoholizado perdido.
En menos de cinco minutos, aparece un taxi que aparca en frente de su portal. Él avanza precavido y entra en el coche.
— ¡Madrid centro, por favor!
— ¿Por qué zona más o menos, caballero?
— ¿Conoce el Club Arco Iris?
— ¿El que hay en Lavapiés?, ¡Por supuesto!
— Pues, ¡Déjeme a una manzana de ahí!
— ¡Sin ningún problema caballero!
Leo recorre el trayecto en silencio, sin animarse tampoco a conversar con el taxista sobre el clima, la política, el fútbol, los videojuegos o la música que son los temas de los que siempre habla con los taxistas.
Varias aceleraciones y desaceleraciones después, llegan a una calle cercana al Arco Iris.
— ¡Párate aquí!
El taxista se detiene y se da la vuelta sobre su asiento para observar a Leo, por si tiene ganas de abandonar su coche sin apoquinar religiosamente lo que le ha costado el viaje.
— ¡Son cincuenta y siete euros caballero!
Leo paga la cuenta y sale del taxi como había entrado, mirando a todas partes.