EFECTO RAY

 

Corre hasta dejar atrás el parque donde abandonó a aquel chico que lo estuvo observando incesante en el metro. El observador que se envalentonó y se acercó a mirarla en silencio y después a hablarle como si se conocieran de toda la vida.

El beso con Leo se eclipsó por un motivo: Ray, la droga con patas de Piluca. Siempre que Piluca echa la vista atrás, culpa de su situación actual al joven que la tomó como mujer por primera vez. El culpable de que su hija se encuentre a cinco mil kilómetros de ella. El culpable de que la juzguen mal sin conocer su historia, sus pisadas, sus razones, sus porqués. El culpable de que Piluca no cuente con el apoyo de nadie. El mismo que consiguió apartarla de los estudios. El culpable de que Piluca en la cama, sea una mujer dominadora, no dominada. Las habilidades de Ray como amante perduraron una relación condenada al fracaso desde el primer instante. Cuando no discutían, se revolcaban. Cuando no se revolcaban, discutían. Esos fueron los últimos coletazos de su relación. Piluca hace responsable a Ray de todas y cada una de las decisiones que tomó desde el primer beso que se dieron en la cubierta de Leganés, cuando Piluca aún soñaba con ser Licenciada en algo que fuera a darla dinero. Cuando Piluca recién había llegado de Malabo, asustada, nerviosa, expectante.
Ray se encargó de truncar sus sueños, mancillar su inocencia y mostrarla el otro lado de la vida. Piluca arrugó su inocencia metiéndose en una banda de jóvenes malhechores que daban palizas a nacis, robaban en pequeñas tiendas y fumaban porros clandestinamente en parques y zonas de confort de los integrantes de la banda. Piluca ha conocido a la policía gracias a que su novio los atraía constantemente. Piluca es víctima de la persecución eufórica y extrema del amor.
A Ray le gustaban los fines de semana, no porque hubiera fútbol, que también, sino porque eran los días de discoteca. Era un asiduo de discotecas, prostíbulos y lugares recreativos en donde se consumía alcohol y otras sustancias psicotrópicas, aspectos que supo insuflar en Piluca. El coupé decalé era su religión y el dj Arafat, el enviado de su dios. Su relación con Piluca terminó de forma caótica, con ella en el hospital y él cogiendo un avión para Malabo con la hija de ambos. Piluca y Ray vivieron una intensa relación que les marcó para siempre, por lo menos a Piluca. Y ese primer beso a Leo, sin aparente importancia, ha puesto en alerta las emociones de Piluca que no quiere volver a pasar por los tormentosos vaivenes del amor.

Trata de escaparse de esos recuerdos, pero la sombra de Ray en su subconsciente es cada vez más fuerte. No recordaba cuánto lo odiaba, ni cuánto lo amaba, pero en el momento que abandona el parque, asesina de un espadazo al espectro de Ray que la atormenta.

Camina deprisa, vigilando a cada segundo su retaguardia. Piensa que el demente del parque puede seguirla y descubrir, con mucho pesar, donde pasa los días cuando no está trabajando, de fiesta o en casa de alguna amiga. Cuando alcanza los bloques de su barrio, Piluca recibe una llamada que hace que se asuste y ahogue un alarido en su garganta.

— ¡Dime Vane!— responde con la voz renqueante.

— Tía, ¿estás ya en la cama?

Vanesa está en un lugar silencioso, sin ecos ni ruidos de fondo.

— Estoy en el portal, acabo de llegar.

— Pues deberías venirte, tía. — La voz ahuecada de Vanesa parece adquirir un nuevo tono, un tanto más alegre. — Hoy es de esos días que no te puedes perder.

— ¿Qué pasa? Me estas asustando.

Vanesa aparta su atención en Piluca y cuchichea con alguien que parece susurrar. Al cabo de un rato, continúa hablando.

— Vamos de acompañas, tía.

— ¿Qué dices?

— En serio, tía. Quince por cabeza.

— ¿Quince?

Piluca parece muy sorprendida, de modo que aprieta con fuerza el móvil para escuchar mejor a su amiga.

— Quince, tía. Y si quieren chupitos, otros diez.

— Estas de broma.

Piluca sonríe por lo bien que suenan las palabras de Vanesa. Pero en ese momento, la parte realista de su mente le advierte de los peligros a los que se expone pasando olímpicamente de su cita de mañana, y recapacita.

— Suena muy bien, tía, pero no puedo apuntarme por mucho que me lo pida el cuerpo. — Miente.

— ¡Qué dices, tía!— Responde Vanesa un tanto agresiva. — ¿En seis horas puedes hacer la pasta de dos meses y lo vas a dejar pasar? ¿Así sin más?

— Entiéndelo Vane, — Piluca desata la verborrea de su yo formal y precavida. — es más importante lo de la tarjeta, sino estaré jodida de nuevo, y no me apetece volver a pasar por eso. No quiero tener que esconderme de la policía también cuando no estoy trabajando. Es un sin vivir, y yo mamadas gratis no se las quiero volver a dar a nadie, y punto.

— Como quieras. Estaremos por Madrid, si cambias de parecer, estaremos aquí.

— ¿Pero quiénes son, guarra?

Vanesa escucha muy bien su pregunta, pero decide responder comedida.

— Hablamos luego, peri. Descansa y no molestes a Betina, que es nuestra última inmaculada.

Ambas sonríen y Piluca despega el móvil de la oreja.

Piluca se queda taciturna durante un breve período de tiempo en el que sufre las tentaciones del dinero. Su mente se hace fuerte e ignora las embestidas de su yo vicioso, capitalista y alocado. “Es trabajo fácil!, piensa ella. Solo tiene que acompañar a varios chicos con dinero a las diferentes discotecas de Madrid, montando alboroto y bailando con ellos. Chicos con dinero y que no saben en qué gastárselo. Solo haciendo eso, se embolsaría quince, es decir, mil quinientos euros. Y si a alguno le interesara acostarse con ella, pagaría mil euros más. Trabajo sencillo, pero su lucidez decide pasar de eso y centrarse en su documentación.

Camina hasta el portal 13, sin dejar de mirar a todas partes, especialmente de la oscuridad del parque por donde ha salido. Abre la puerta y, tras cruzar un espacio atestado de flores artificiales, comienza a subir las escaleras que la llevan a su casa. Cuando alcanza el segundo piso, escucha música en su casa. No está muy alta, pues solo suenan los bajos, pero Piluca enseguida identifica la canción, es Mami Watá de Micke B y Nene Breezy.  Esa canción que al principio no le gustaba a Betina, pero que después ha convertido en himno de sus duchas. A Piluca le preocupa que a la una de la mañana de un domingo, Betina, pudorosa como ninguna, estuviese aún levantada.

Piluca llega al tercer piso y se dirige a la puerta B que colinda con la D, saca su llave del bolso y la retuerce en el interior de la cerradura. Betina no está en el salón y el salón huele a todo menos a agradable. El sofá en el que Betina solía estirarse y taparse para ver la tele, está ocupada por tres chicas blancas que se ríen de las gracias de un joven latino que ocupa el sofá preferido de Piluca. Una de las chicas es rubia de bote, Piluca lo nota en las raíces poco cuidadas de su cabello. Otra es castaña y la otra, que más tarde llamará Piluca, “la botánica”, es morena del sur, con el color y las facciones característicos. Hay varias botellas de licor en la mesa, hielos y vasos de plástico de donde beben los amigos de Betina. Piluca pone los ojos en blanco y rechina los dientes como los mayores de su pueblo.

— ¡Ey, guapa!— grita efusivo el latino que se levanta a saludar a Piluca con dos besos. A Piluca no la gusta los chicos con mostacho, pero trata de ser educada.

— ¡Hola!— Le devuelve el saludo al latino que tiene los ojos rojos como un pokémon de tipo fuego. — Soy Elvira.

— ¡Hola Elvira!— Saluda una de las chicas que se levanta a besar en los pómulos a Piluca. — Un placer conocerte. Ana María nos ha hablado mucho de ti.

— Espero que para bien. — Bromea Piluca mientras saluda a las otras chicas con sendos besos.

Después de las formalidades sociales del saludo, Piluca se quita el plumas y mira a todas partes tratando de dar con su amiga.

— ¿Y Ana?— Pregunta preocupada.

— Sigue en el baño. — Responde una de las chicas y posteriormente los cuatro extraños se miran y sonríen como si ocultasen algo gracioso.

Piluca los observa extrañada y también sonríe mientras se aleja de ellos buscando la profundidad de su habitación. Dentro, cuelga su bolso en la pared de los bolsos, se sienta posteriormente en la cama y se quita las botas y los calcetines que la han protegido del suelo llovido y frío de Madrid. Posteriormente se desviste y corre de una punta de su habitación a la otra en busca de su pijama y su blusón. Mientras va de carrerilla, entra en su habitación sin avisar, el chico latino al que ha saludado antes. Ella se tapa espantada y lo reprocha.

— ¿Qué coño haces, tío? ¿No te han enseñado modales en Nicaragua o qué coño te pasa?

El chico latino parece realmente ofendido, y recula varios pasos hasta quedarse en la oscuridad del pasillo.

— Perdona, perdona, perdona…. — comienza a balbucear. — No pensé que te estuvieras cambiando.

Piluca está realmente molesta, pero no quiere sacar a pasear su yo maleducada en presencia de los amigos de Betina.

— Espera un momento, ahora salgo.

— De acuerdo. — Musita el chico desde el pasillo. — De verdad, disculpa.

— No pasa nada, ahora voy yo.

El chico vuelve cabizbajo al salón donde sus amigas lo reciben sonriendo tontorronamente. Al cabo de un rato, Piluca vuelve al salón con semblante relajado, el canal donde echan yoga de madrugada la está mostrado el camino ideal para aplacar su mal genio, piensa ella. El salón huele a las hierbas que inhalan sus visitantes desde un tubo de sisha que hay en un espacio del suelo entre los dos sofás.

— ¡Hey!— vuelve a saludar el joven latino. — De verdad que perdona, no sabía…

— Es igual, — lo tranquiliza Piluca mientras que arrastra una silla del comedor y la coloca en frente de ellos. — está olvidado.

Los amigos de Betina sonríen y beben de sus cubatas de Whisky. Después de retorcerse de risa, la rubia de bote ofrece a Piluca el tubo del que inhalan la sisha. Piluca acepta sin titubear e inhala una gran cantidad que provoca que comience a toser exageradamente.

— Es potente. — comenta la muchacha castaña.

— Ya, — responde Piluca medio ahogada por la humareda que circula por su tráquea. — el olor no decía lo mismo.

— Es que mi amiga aquí, — señala a su amiga del sur que se retuerce de risa— no estudia botánica por su amor incondicional a la capa de ozono, sino por amor a esta planta en particular. Así que sabe un par de cosas que tú y yo probablemente jamás sabremos.

Piluca se ríe, pero vuelve a darle la tos y por eso “la botánica la ofrece una botella de agua que ha sacado de algún sitio. Piluca bebe de ella apresuradamente y cuando termina, vuelve a pedir el tubo. Vuelve a inhalar y vuelve a repetirse las toses y las risas de los amigos de Betina. Piluca también se ríe y por un momento, desaparecen todas las preocupaciones que suscitaron su encuentro en el parque y la posterior llamada de Vanesa.  Pasan varios minutos conversando y turnándose el tubo hasta que la rubia de bote decide informarse sobre África.

— ¿Ir a África…, a Guinea, es muy caro?

— En absoluto. Con setecientos francos, puedes ir y volver.

— ¿Setecientos francos? — pregunta el chico latino.

— Perdona, — Piluca sonríe. — setecientos euros. Me he liado.

Vuelven a reírse. Entonces el latino, que según los conocimientos migratorios de Piluca, es de Ecuador, decide preguntar.

— ¿Y es difícil aprender el africano?

Piluca lo mira, luego a las chicas que la miran a ella con expectación. Vuelve a mirar al latino que busca la corroboración en sus amigas, pero éstas están más atentas a la posible respuesta de Piluca.

— ¿En serioooo? — pregunta alargando la o exageradamente, abriendo mucho los ojos y con su sonrisa de loca asomándose por la comisura de sus labios.

— ¿He dicho algo malo? — pregunta nervioso el chico latino.

A Piluca está a punto de darle la risa, pero se recompone y decide responderle.

— A ver, ¿geográficamente, eres americano verdad? — el latino asiente con la cabeza. — y vosotras sois europeas, ¿no? — ellas también asienten con la cabeza. — entonces, comprenderéis si os digo que no existe una lengua americana, europea, asiática, o en mi caso, africana ¿no?

— Ya, — intercede la estudiante de botánica. — pero vosotros, habláis raro, como si os entendierais todos. Yo sigo sin entender, cómo es que vosotras habláis y nos entendéis tan bien.

Piluca prefiere callarse, ha tenido varias conversaciones de este tipo. Y para salir airada de la encerrona, su mente la recuerda que Betina (Ana María para los españoles y especialmente la policía), sigue todavía en el baño. De modo que se levanta y se dirige a la puerta donde comienza a llamar con los nudillos.

— Bety, ¿estás bien?

Pero Betina no contesta. Piluca echa un vistazo a los chicos del salón que se han quedado helados por el desplante de ella. Vuelve a llamar levantando aún más su voz, pero Betina sigue sin responder. Mueve el manillar de la puerta, pero ésta no cede porque está bloqueada desde dentro. Se vuelve a los amigos de su amiga y les cuestiona.

— ¿Qué coño está pasando aquí?

Todos se vuelven a mirar y se echan de nuevo a reír, hasta que la experta en botánica, sin dejar de reírse, responde.

— Esta con Juan.

“¿Quién diablos es Juan?”. No había oído hablar a su amiga de ningún Juan, como tampoco de que en su facultad tuviera amigos, y mucho menos que de repente su amiga pudorosa se junte con gente como la que está en el salón de su casa. Piluca vuelve a aporrear la puerta con fuerza. Y al rato, oye el sonido del bloqueador de la puerta. Ella da varios pasos hacia atrás y espera con los brazos cruzados sobre su pecho.

Del baño sale un chico español no mucho más alto que ella, con los ojos rojos como el latino y una sonrisa petulante. Éste se manosea reiteradas veces la nariz y se aleja de ella sonriendo. Piluca entra rápidamente al baño y encuentra a su amiga sentada en la tasa de váter. Tiene la cabeza gacha, el pelo revuelto y un billete de cincuenta euros enrollado en sus manos. Encima del lavabo, la silueta de varias líneas de lo que Piluca intuye que es cocaína. Piluca se agacha rápidamente para hablar con su amiga, pero ésta no responde. La zarandea, la abofetea, pero Betina no da señales de vida. Piluca abre el grifo de la ducha y comienza a mojar a su compañera de piso que se despierta súbitamente, la sonríe y se desploma ruidosamente en el suelo.

— Se le pasará.

La voz cascada de Juan desde la puerta del baño asusta a Piluca que lo fulmina con la mirada y se levanta para espantarlo. Los del salón se percatan y enseguida se acercan a ver lo que está pasando. Cuando ven en el suelo a Betina, se echan a reír.

— Menudo colocón. — se burla una.

Piluca atacada de los nervios, sigue mojando a Betina hasta que vuelve a reaccionar, sonriendo y repitiendo el nombre de su amiga. Con la ayuda del tal Juan, la llevan hasta la habitación y la tumban en la cama. Piluca ata sus rastas en un cola, y coloca un cubo con agua al lado de la cama, a la altura de su cabeza. Entonces, sale de la habitación, cruza el salón, ante la observación de los amigos de Betina, entra en su habitación, se ata el pelo también en una cola, se desmonta las uñas y las pestañas y vuelve al salón.

— ¿Quién de vosotros la ha obligado a drogarse?

— Venga tía, — comienza a decir la botánica. — Ana no es una niña, si ha fumado y se ha metido esa mierda es porque ella ha querido, nadie la ha obligado.

— ¿Me tomas del pelo? — contesta Piluca encolerizada. — Ana no es capaz de beberse una cerveza entera porque enseguida está zombi y va hoy y por las buenas de Dios, fuma hierba y esnifa vuestra mierda, ¿no?

— Será mejor que te tranquilices, — le sugiere el de la voz cascada que responde al nombre de tal Juan. — en un par de horas se le pasará.

— Será mejor que cierres la boca musculitos, — le responde Piluca acercándose a él. — no querrás que tus amigas te pierdan el respeto esta noche.

Juan mira a Piluca por encima de los hombros, desconocedor del tipo de mujer que lo mira desafiante.

— Buen rollo, buen rollo, — comienza a decir el latino del mostacho que intenta ubicarse entre los dos. — no es para tanto.

Juan sonríe, Piluca lo observa. Se hace un silencio incómodo que se trunca por un bufido que viene de la habitación de Betina. Entonces, en un arrebato incontrolable, Piluca asesta un puñetazo al mentón de Juan que cae rodando. Sus compañeros se asustan y miran asustados a Piluca que les devuelve la mirada que hace que reculen. Juan se levanta del suelo gimoteando y haciéndose el ofendido. Se acerca a Piluca con intención de abofetearla, pero esta, ladina como ella misma, esquiva su embestida y logra esquivarlo, recoge del suelo la sisha que antes fumaban y lo destroza en la cabeza de Juan que comienza a sangrar. La botánica entonces, cabreada por lo que está viendo, corre a por Piluca que vuelve a esquivar, permitiendo que ésta choque contra la pared, cayéndose al suelo con muchas lamentaciones. Entonces Piluca se acerca a ella y la coge por el pelo y comienza a estirarla por el suelo del salón hasta llegar a la entrada de la casa.

— ¡Largaros de una puñetera vez!

Y como si alguien hubiese tocado la trompeta para formar a la cuadrilla, Juan, el latino y las tres chicas, deciden abandonar la casa sin que la rubia de bote dedique unas amenazas a Piluca.

— ¡Llamaré a la policía! ¡Esto no va a quedar así! No te duermas pronto si tienes lo que hay que tener.

Piluca tiene los nervios tan a flor de piel que no le importa las amenazas de la chica poca habladora del grupo. Ninguno dijo nada, ninguno hizo amago de tratar de atacarla de nuevo, simplemente la miraron asqueados y se pierden en la oscuridad del rellano. Piluca cierra la puerta de un portazo y vuelve al salón.

 

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