Hubo una época en la que las historias urbanas en Malabo sustituían a la ficción de las novelas y películas que no llegaban a esta pequeña ciudad de Guinea Ecuatorial. Cuando el sol caía en el horizonte y la oscuridad inundaba los barrios de Malabo, los jóvenes malabeños, faltos de distracción, se reunían en los patios comunes de los barrios y contaban historias urbanas que a día de hoy, nadie ha podido corroborar como ciertas, ni tampoco como falsas. Las historias eran de las más pintorescas. Tan pronto hablaban de muertos que salían de sus tumbas para irse de fiesta con los vivos, como que, la más vil de las sirenas, mami watá, llegaba a un acuerdo de contraprestación con un hombre con el orgullo mermado. Hombres que ansiaban poder o fama y que pedían favores de todo tipo a la mami watá de turno, a cambio de la vida de un familiar del hombre que las busca con velas y huevos a la orilla del mar.
Pues bien, he visto a bien contar algunas de estas historias urbanas que no han sido corroboradas por nadie, y magnificadas por quienes las cuentan. Cada historia tiene varias versiones y múltiples interpretaciones. Como también hay muchas formas de contarlas, según quién las cuenta, cómo las cuenta, los personajes que conforman la historia, escenarios y fechas en las que ocurrieron.De modo que para no herir la sensibilidad de algún sentimental, he decidido elegir unos personajes, un escenario, algunos ficticios y otros reales, y la misma trama que coincide con la oralidad de todos estos hechos.
Yo voy a empezar contando la de Papuchi. Sí, un joven que rondaba el cuarto de siglo, trabaja en una planta petrolífera de Malabo y gustaba salir de fiesta todos los fines de semana. En realidad a Papuchi le daba igual la discoteca a la que le llevaban sus amigos, le daba igual la música, la iluminación o quienes iban a estar. A él le importaba más el alcohol y las mujeres con las que fornicaba ruidosamente en su pequeño piso de Semu. Ahí, en su leonera, copulaba todos los fines de semana, suscitando el interés de sus vecinas y la admiración de los jóvenes de su barrio.
Papuchi era delgado, tanto como para tener la habilidad de camuflarse cuando estaba de perfil. Era alto, no tanto como para ser jugador de baloncesto, pero lo suficiente para saber que de niño, no tuvo la necesidad de cargar con los canguros de agua que otros jóvenes de la ciudad cargaban para transportar agua desde un lugar alejado de su casa. Era imberbe, a pesar de su edad, de buena planta y casi siempre gustaba mucho a las chicas. Era parco en palabras, pero resolutivo en sus conflictos del día a día. Vivía solo, alejado de su familia de Los Ángeles, con quienes apenas hablaba. Tenía muchos amigos y amigas, con los que bebía todos los fines de semana, comía pepe sup todos los domingos, y de cuando en cuando, montaba orgías inducidas por el alcohol y las drogas tropicales.
Papuchi era feliz. Estaba viviendo al límite, porque formaba parte, por su trabajo, del reducido elenco de jóvenes que disfrutaban del dinero del petróleo de Malabo de principios del dos mil. Cobraba una burrada en Marathon, además de ser el ojito mimado de sus jefes, los americanos, o lo que traducían sus compañeros como un auténtico lameculos.
Cuando se está en la cresta de la ola, muchas veces nos olvidamos de lo efímero que puede ser surfear en un día de buena marejada. Papuchi no pensaba en el futuro, no le importaba el mañana y por eso su familia se había distanciado de él. Su padre le instó varias veces a que comprara un terreno y que construyera una casa para él, así como que invirtiera en negocios rentables como un bar o en viviendas de barracón para alquilar. Papuchi discrepó con él porque creía que su padre y sus hermanas querían aprovecharse de su dinero. Pensaba que trabajaba de sol a sol, de lunes a sábado, sin beber una mísera cerveza a su honor, y cuando llegaban los fines de semana, únicamente quería rentabilizar su esfuerzo recompensándose con una buena fiesta, chicas, sexo salvaje y pepe sup de domingo.
Decíamos que estar encima de la ola y no aprovecharlo productivamente, acababa con el surfeador nockeado por los mayores de su pueblo en una esquina del Aäbähá. Algo parecido le sucedió a Papuchi. Algo que cambiaría su vida para siempre y que alejaría en estampida a todos sus amigos.
Un sábado después de trabajar, Papuchi recibió la llamaba de su colega Chupa (no es necesario aclarar el nombre del amigo, bien sabemos cuáles son los sinónimos de “beber” en las profundidades de Malabo). Su teléfono Nokia Snake vibró violentamente en su bolsillo. Papuchi se urgó y lo desenterró para apoyarlo al oído.
— ¡Bro…bro…bro…bro!— comienza a decirle a su amigo.— Na wetin, na wetin, ¿lica de?
— Enjoömente, ¿Usai yu de, yu still de boló? ¿dónde estás, sigues trabajando?
— A donde comot, a de na di autobús. ¿Usai a de mit una? Estoy saliendo, estoy en el autobús. ¿Dónde os encuentro?
— Na feria fo Santa María. Diman, guialden pack ya bad. En la feria de Santa Maria. T’io, hay muchas chicas
Esto último le arrancó una sonrisa a Papuchi y posteriormente preguntó.
— ¿Udaden de whe yu? ¿Con quienes estas?
— A de whe estoy con Tomasín, Botatä, Abilatä, Sufrida, Mama whe Chata.
— Aaahaaá. A de jdam una de, naw, naw. Os encuentro ahi en seguida
Papuchi colgó el teléfono y esperó eufórico a la parada de Tropicana, donde se apeó, buscó un taxi que lo dejó en la feria antes mencionada. Sus amigos se alegraron al verle llegar, lo saludaron cordialmente y lo invitaron a sentarse. En la mesa que compartieron, habia varias botellas de “33”, latas de San Miguel pequeña, Codys y botellas de Guinnes. Papuchi enganchó una botella de Guinnes, la abrió y la bebió de un trago. Según dejó la botella vacía en la mesa, cogió otra y volvió a beberla con la misma urgencia.
Charlaron amistosamente durante varias horas, bebieron, bromearon, se rieron, se enfadaron por discrepancias inevitables sobre el Madrid y el Barcelona, Maradona y un jovencisimo Messi, Ronaldinho y el Ronaldo gordo. Cuanto más bebían, más agitadas eran las discusiones, llegando por momentos a las manos y a la reconciliación por mediación de Sufrida, que impartia siempre justicia entre sus amigos.
Cuando dieron las doce, todos estaban en un punto alcohólico bastante importante. Después de que Papuchi pagara la cuenta, decidieron continuar la fiesta en un lugar donde podían arrimar cebolleta fingiendo bailar. Pero antes de abandonar la explanada de la feria, Vida, alcoholiza perdida, decidió expulsar parte de lo bebido y comido de aquel día. Ella estuvo alternando Guinnes, San Miguel y 33 como una campeona del bebercio. Por eso la llamaban contenedor. Se decantaron por un pequeño paff de Elá Nguema. Era un local nuevo al que bautizaron con el nombre de Pantalla. Pantalla tenía una peculiaridad que hacía que varias personas acostumbradas a la vida nocturna, no decidieran acercarse a disfrutar de su música y su alcohol. Aquel paff estaba cerca del cementerio municipal de Elá Nguema. Tan cerca que solo les separaba una pequeña carretera.
Papuchi y sus amigos irrumpieron con fuerza en el paff, con las luces centelleantes nublándoles la visión y la cordura por momentos. Decidieron sentarse en un pequeño reservado y pidieron imitar la mesa de la feria. La camarera trajo varias tiras de cerveza, Guinnes y 33. Papuchi volvió a pagar la cuenta antes de comenzar a consumir, porque así se lo exigieron. Botatä y Abilatä se hicieron con sus cervezas y desaparecieron entre el gentío. Todos sabían que iban a buscar a alguna chica a la que hincar el diente. Se definían como cazadores en manada y casi siempre les salía bien el afer. Papuchi decidió quedarse sentado, puesto que el alcohol y el cansancio del trabajo, no estaban permietiéndole disfrutar de la noche como le habría gustado.
Mientras estaba sentado observando (en modo avion), atentamente a las personas que desfilaban delante de su reservado con ojos golosos, vio a una chica apoyarse en la barra. Por un momento la borrachera de Papuchi bajó sustancialmente, abstraído por las curvas de aquella hermosa mujer bantu. La música dejó de sonar en su cabeza y su mente alcoholizada le sugirio levantarse y acercarse a hablar con ella, o como diriamos ahora, se levanto para hacerle un Adele.
— ¡Hello, mómina!— le espeto a la muchacha, pero esta solo respondio con una sonrisa— ¿Qué quieres tomar? Yo te invito.
— Coñac Fabuloso, no sé si tiene.
La camarera, que estaba escuchándoles y quien me contó esta historia, negó con la cabeza. Ella sonrió de nuevo y volvió a sugerir.
— Entonces, un chato de Kurriebé.
— ¿Qué? — preguntó la camarera extrañada.
— Un chato de Golondrina— repuso ella.
— ¡Aaahaa!
La camerara se dio la vuelta y buscó la botella de Golondrina que había pedido la muchacha de curvas desenfrenadas. En aquel instante, Papuchi sacó los colmillos para atacar a la muchacha con la pregunta que hacian los jovenes que querian parecer inteligentes.
— ¿Cuál es tu gracia?
— Estrella— respondió escueta.
— Mmmm…bonito nombre.
— ¡Gracias!
En aquel instante, la camarera apareció con una botella de Golondrina y un vaso alargado donde virtió su contenido con un medidor en forma de jara de vidrio muy pequeña con el que solían servir kai kai. Papuchi exigió que la camarera doblara las copitas para que la señorita no se quedara con sed. Pagó con un billete de diez mil, que por aquel entonces era un billete fantasma, es decir, difícil de ver.
La chica que se identificó como Estrella, bebió de un trago el chato y siguió mirando a Papuchi como si nada. Al cabo de un rato, despego los labios para preguntar.
— ¿Te molestaría si te invitara a mi casa?
Papuchi no pensó que fuera tan fácil ligar con la chica y por eso abrió los ojos como platos y enmudeció, dejando que su cabeza negara por su boca. Entonces la chica le tomó de la mano y salieron del paff. Según los trovadores de Malabo, apodados socialmente como expertos del congosá, Papuchi y Estrella tomaron un taxi y se fueron a Alcaide, a una pequeña pero acogedora casa de madera. Ambos jóvenes, disfrutaron de un sexo de ensueño, con felaciones, lluvias doradas y mordiscos que perduraron varios dias en la piel de Papuchi.
Pero a la mañana siguiente, Papuchi abrió los ojos y por desgracia, no se encontró con una habitación como había esperado. El ruido de los pájaros y los punzantes rayos del sol lo despertaron en el lugar equivocado para lo que su mente le decía. Papuchi se encontraba tumbado sobre una tumba de cemento viejo. Estaba totalmente desnudo y observado por los murciélagos que inundaban aquel cementerio. Su asombro le golpeó tanto que se cayó rodando y gritando hasta el suelo. Desde ahí, como un niño asustadizo, se asomó para ver el nombre que habia escrita en la lápida. Su extrañeza fue mayor cuando leyó el nombre que aparecía sobre una cruz hecha con un clavo: “Estrella Matutina Asangono Edjang Caefá, te recordaremos siempre”.
Papuchi miró a todas partes hororizado, asqueado de sí mismo e imaginándose lo peor. Con el cuerpo tembloroso, zigzagueó por el cementerio hasta encontrar la puerta. Lamentablemente era la hora de la misa de las seis, y la pequeña iglesia del cementerio estaba llena de cristianos devotos que lo vieron salir escopeteado del cementerio. Pisteó varios taxis hasta que uno, decidió llevarle a su casa.
Durante las siguientes semanas, Papuchi no salió de casa, ignoró llamadas, golpes de puerta, más llamadas y la idea de perder el trabajo revoloteando su cabeza. Cuando su mente dejó de martillearle con flashes desagradables, decidió volver a la casa de madera donde recordaba haber estado yaciendo con la susodicha Estrella. Cuando llegó a aquella casa, encontró a una mujer lavando sus cacharos delante de la puerta. No era Estrella, pero sí una mujer mayor que se parecía mucho a ella.
— ¡Buenas tardes!— saludó cortésmente.
— ¡Buenas tardes!— respondió aquella mujer.— ¿Problema amigo?
—¡No!— respondió con voz temblorosa.— sólo…sólo…sólo buscó a Estrella.
La mujer fulminó con la mirada a Papuchi, quien reculó precavidamente. Al cabo de un rato en silencio, ella despegó los labios para hablar.
— ¿Tú también vienes a reírte de mí y de mi familia?
Papuchi se quedó en el sitio sin saber qué decir, o tan siquiera qué hacer.
—… ¿Tú también has visto a mi hermana en la discoteca y te ha dicho que vive aquí? ¿Tú también eres de los que no van a dejarla descansar en paz con vuestras habladurías? ¿Tú también eres de los que no tienen corazón y le gasta una broma tan de mal gusto a una persona mayor como yo? Mi hermana mayor hace tiempo que se fue y…
— Yo…yo…yo…
— No digas nada y mejor vuelve de dónde has venido. Estoy cansada de esto. Mi hermana lleva muerta veinte años, ¡por favor, déjenla en paz! ¡Vayan a molestarle a otra familia! ¡Déjennos de una vez!
Las malas bocas dijeron que Papuchi murió repentinamente varios días después. Otros que su miembro viril se cayó a trocitos. Otros que continuamente lo vieron merodear por Pantalla llorando, abatido, cabizbajo. Otros que se ahorcó. Otros que simplemente se esfumó. Otros trovadores aseguraron que la hermana y la familia de Estrella Matutina decidieron hacer una misa en su memoria a la que acudieron varias personas que juraron haberla visto.
Pantalla dejó de existir después de varias historias como estas. Historias que seguire contando hasta que vuelvan los tormentosos problemas entre Piluca y Leo. Otro dia contare la historia de los sesenta y siete muertos que pidieron permiso al cuidador del cementerio para irse de fiesta a Ebebiyin donde celebraban el doce de octubre hace un par de anios. Se sienten los errores gramaticales agudos, los chinos traen los teclados que pueden.
JJJJJJJJJJJ
MUY BUENA SIGUE ASI BRO
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jjjjjjjjjjj
muy Buena , sigue asi bro
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