Se abre el telón y se ven los alrededores del Santiago Bernabeu, tomada por los hinchas del Real Madrid que lucen, orgullosos, sus camisetas personalizadas para manifestar, también orgullosos, la fidelidad a un equipo, a unos colores y a un jugador en particular, si así lo desean. En el centro de la escena, hay cuatro hombres: dos son españoles y los otros dos, son negros (no se les puede llamar por su nacionalidad, son negros y punto). Los negros ofrecen unas entradas a los españoles, a cambio de dinero. En medio de la transacción, entran en escena, cinco policías secretas que los flanquean en todas las direcciones, anulando cualquier resquicio para salir corriendo. Los cuatro son abordados. Al cabo de un rato, los españoles entregan las entradas a los secretas y echan a andar, alejándose del cordón policial en el que estaban.
Los negros son esposados y llevados a comisaría, entre protestas y discusiones que alarmaron a todos los que vieron como metían a los delincuentes en el coche policial secreta que aguardaba muy cerca del estadio.
La verdad es que, visto así, tiene pinta de ser una redada exitosa para los policías, pero lo cierto es que, nada es lo que parece y para saberlo, espera a mi siguiente post. Buenos días.
Estos dos chicos negros fueron llevados a la policía. Los bajaron del coche de malas maneras. Uno de los policías llegó a patear los pies de uno de ellos que trastabilló y cayó al suelo, trayendo la indignación manifiesta en el que seguía de pie. Este, se encara con uno de los secretas que termina diciéndole, entre otras cosas que, cuando le grita “negro de mierda”, no se refiere a que es una caca negra, sino que no le gusta el color que luce su piel porque no es cosa buena; es negra, como los chuletones quemados de su hermana, da yuyu, mal fario como los gatos, aprensión y nostalgia por una época de caudillo, decisión invariable.
Aquel rifirrafe terminó con ambos negros delante de un mostrador marrón, engullido astralmente, por un señor que rondaba la cincuentena y las revisiones periódicas del corazón, colon y próstata. Este les pidió cortésmente que se dejasen cachear para averiguar qué ocultaban sus bolsillos. Dos policías ejecutaron el deseo del señor del mostrador. Uno de los cacheadores se extralimitó en la comanda del jefe y terminó, literalmente, tocando más de la cuenta los cojones de uno de los negros, trayendo nuevamente, indignaciones manifiestas en ambos africanos.
A uno de ellos, le sacaron un Samsung 7 del bolsillo, un mechero, cuatro euros en monedas de un euro y una cartera. En ella había cuatro fotos, todas del mismo niño, cuatro tarjetas de crédito, un DNI español con la foto del menda y sus circunstancias vitales y dos billetes de metro de diez viajes cada uno. El policía le miró por encima del hombro y se alejó. En los ocultos del otro negro, extrajeron únicamente, un papel doblado y dos mil cuatrocientos euros, en billetes de cien, cincuenta y veinte.
– ¿Pueden explicarme desde cuando revenden entradas y quien o quienes se las proporcionan? – preguntó el hombre del cuadradillo.
Antes de que pudiesen responder, aquel señor continuó hablando.
– ..van a pasar a disposición judicial por…
En aquel momento, los dos negros protestaron, a voz en grito. Lo hicieron en español (lengua oficial del país de donde venían, Guinea Ecuatorial), aunque para los policías parecía que hablaran en lingala.
La historia no termina aquí, porque se pone aún más interesante, porque la verdad era que nada es lo que parece y aun así, ahí estaban, a punto de pasar por un juicio rápido por algo que se podía explicar perfectamente, pero que no les dejaron hacer, porque cuando se trata del color de la piel de sujetos como estos, hay que medirlos con otro rasero.
Los dos guineanos pasaron la noche en el calabozo de la policía de Chamartín. El día siguiente también, puesto que hubo altercado entre los hinchas del derbi que se jugaba en el Santiago Bernabeu y necesitaron toda la ayuda posible para controlar a los revoltosos…o eso les comentaron. Durante esos días, les dieron agua cada cuatro horas para que mantuvieran el tipo, a pesar de sus reclamaciones en español, en fang y en un francés que daba mucho que desear.
Fueron juzgados la mañana del martes y defendidos por un abogado roñoso que fumaba más que en una liga de maestros. Era de oficio y no quería escarbar demasiado, por lo que, les sugirió que pagaran los dos mil euros de multa que exigía el juez y que siguieran su vida, apartados de la mala vida que estaban llevando. Tras barajar las posibilidades de éxito que tenían, aceptaron el trato y les permitieron llamar al hermano de uno de ellos que acudió laudo a las dependencias policiales de Chamartín para pagar la deuda, en medio de quejas y amenazas judiciales.
Papú, más conocido como Peque Wambo y su primo Nenito (Ponciano Marciano, en la cédula de bautismo), decidieron ir a ver jugar a los equipos de su vida: Papú era fan acérrimo del Madrid y su primo, del Barcelona. Durante su adolescencia en Bata, ambos pasaban horas discutiendo sobre aspectos del fútbol que realmente no interesaban, pero sí compartían ellos dos. Aquella tarde fueron al estadio del Madrid, porque nunca habían estado antes. Papú, incluso, había venido desde Malabo para verlo en directo con su primo, su amigo, el mejor acompañante para un choque tan decisivo, tan importante ahora que ganaba tanto dinero y se lo podía permitir. Por las dos entradas tuvo que pagar quinientos euros aproximadamente. Llegaron puntuales al recinto, abarrotado de hinchas que cantaban enérgicamente y bebían cerveza como posesos. Aguardaron una larga fila, con sus emociones a flor de piel por lo que estaban a punto de vivir. Cuando llegaron a cabeza de fila, no solo encontraron a los controladores de entradas y a los de Prosegur, sino también, a agentes de la policía nacional y de la Guardia Civil que intervenían los documentos de identidad de quienes entraban en el recinto deportivo, para evitar situaciones hostiles durante el choque.
Nenito desenterró de su bolsillo trasero, su cartera, del que extrajo su DNI español, complaciendo al policía que le asintió satisfecho, tras verificar, con walkie talkie incluido, los datos del muchacho que lo miraba rebosado de nervios irreprimibles.
Cuando le tocó el turno a Papú, sacó un papel plegado del bolsillo que extendió al policía. Este, lo fusiló con mirada profunda y confundida. Desplegó el papel. Para su desconcierto, encontró en él, la fotocopia del visado del menda y otra copia de los datos personales que venían recogidos en la segunda página del mismo pasaporte. El policía arqueó la ceja antes de mirar a Papú y espetarle:
— ¿Qué es esto?
Papú también arrugó la cara antes de responderle.
— La copia de mi pasaporte y mi visado. Me han dicho que debía andar mejor con la copia, para evitar que se pierda el original, por eso he hecho la copia.
El policía buscó comprensión mirando a sus compañeros que miraron a otro lado, dejándole total libertad para manejar aquella situación. (cito textualmente)
— ¿Crees que estamos en la jungla para que te asalten por un pasaporte?
Resumiendo lo obvio, aquello fue un interrogatorio, de respuestas en monosílabos, terminando con ambos jóvenes fuera del estadio e intentando quitarse cien euros por las dos entradas que les habían costado quinientos hacia solo tres días. Se cierra el telón.